En el filo de la navaja

La bandera de la República de Turquía. Fuente: Pixabay

Viena, Austria (Weltexpress). El domingo 14 de mayo de 2023, Turquía votó y el resultado fue un empate. Los encuestadores se equivocaron: habían pronosticado el comienzo de un giro espectacular en el segundo país más grande de Europa, la undécima potencia económica del mundo, con casi 85 millones de habitantes y 64 millones de votantes: una estrecha victoria para el candidato de la oposición, Kemal Kilicdaroglu, de 74 años, y, por primera vez en dos décadas, una derrota electoral para el presidente de toda la vida, Recep Tayyip Erdogan (69). Aún no está todo perdido: la segunda vuelta electoral del 28 de mayo podría anunciar el fin de la era Erdogan. Pero no parece probable, dada la vertiginosa carrera de este superviviente sin escrúpulos: Erdogan llega a la segunda vuelta como claro favorito. Si dejamos que la historia de los últimos 20 años transcurra como una película, resulta casi inconcebible cómo, a pesar de las revueltas populares y de un golpe militar, ha podido aferrarse al poder con su fundamentalismo islámico en un país que había jurado fidelidad a la democracia y al laicismo hace un siglo bajo Kemal Atatürk.

El hecho de que Erdogan se atreva a hacer esperar durante minutos al (ante las cámaras en marcha) iracundo Putin en una audiencia en el Kremlin dice mucho: Erdogan no quería enfrentarse al gobernante del Kremlin como un igual, sino como un alfa. Erdogan quiere pasar a la historia mundial como el «Putin del Bósforo»: al igual que Putin, Erdogan ha transformado una democracia en una cuasi-dictadura, con decenas de miles de presos políticos, eliminación e igualación de los medios de comunicación, enfrentamiento con las fuerzas armadas. Erdogan ha establecido a Turquía como potencia regional y sueña con convertirla en potencia mundial. Como segundo ejército más fuerte de la OTAN y por su posición geopolítica entre Europa, Oriente Medio y el norte de África, Turquía tiene una inmensa importancia estratégica para la alianza occidental. La amenaza de Erdogan de soltar a 3,6 millones de refugiados sirios sobre Europa y su oscilación entre Rusia y la OTAN en el conflicto de Ucrania convierten al país en un aliado potencialmente peligroso.

Erdogan es un brillante político del poder. Pero cometió graves errores: el devastador terremoto con 50.000 muertos sigue a una catástrofe similar ocurrida cuatro años antes, en la que perecieron 70.000 personas, sin ayuda de Ankara y sin combatir la perniciosa corrupción en el sector de la construcción. Tras el auge económico inicial, la tasa de inflación fluctúa ahora entre el 86% y el 40%, la lira turca perdió el 60% de su valor en dos años. La crisis económica es grave, la renta real per cápita es muy inferior a la de hace una década. La pobreza se extiende rápidamente, a la sombra de los superricos por obra y gracia de Erdogan. No obstante, millones de turcos se aferran al brutal autócrata que se autoproclama «hombre del pueblo» y lo veneran como a un semidiós. Saldrá de la segunda vuelta debilitado pero victorioso.

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