Berlín, Alemania (Weltexpress). Como se predijo aquí hace quince días, el presidente turco Recep Tayyip Erdogan ha superado el mayor reto de sus 20 años de mandato y ha ganado claramente las elecciones parciales con un 52,18 por ciento. Por cierto, la comunidad turca exiliada en Austria logró un resultado récord absoluto con un 74 por ciento. Es posible que la economía turca, y con ella el poder adquisitivo de la moneda nacional, la lira, estén de capa caída, y que las heridas causadas por el devastador terremoto, en el que murieron más de 50.000 personas, sigan teniendo un efecto doloroso: El pueblo ha pronunciado claramente su veredicto, ha enviado al desierto al candidato de la oposición, Kemal Kilicdaroglu, y ha abierto de par en par las puertas de un poder cada vez más absolutista al potentado Erdogan.
Cuando estuve en Estambul justo antes de la primera vuelta de las elecciones, me fijé en un enorme buque de guerra de última generación anclado justo a la entrada del Bósforo, bajo el mundialmente famoso Palacio del Sultán de Topkapi: el TCG Anadolu, el primer portaaviones y avión no tripulado de Turquía. No fue casualidad. Erdogan deslumbra a las masas con demostraciones y símbolos de grandeza nacional, les recuerda deliberadamente el poder del Imperio Otomano, y así ahoga los fracasos económicos. En su palacio presidencial de más de 1.000 habitaciones, el «nuevo Topkapi», se ha autoproclamado nuevo sultán turco.
En esta votación, Turquía ha perdido dos oportunidades históricas: La vuelta a unas condiciones democráticas auténticas y un compromiso inequívoco con la alianza occidental frente a Rusia en la guerra de Ucrania. A pesar de las felicitaciones rituales por la victoria electoral, en Europa prevalece el pesimismo. El hecho de que el ministro del Interior, Süleyman Soylu, tachara de «traidor» a todo turco que mostrara tendencias prooccidentales durante la campaña electoral da tan pocos motivos para el optimismo como la invocación de Erdogan a las «relaciones especiales» con Rusia, con la que Turquía está haciendo lucrativos negocios para eludir las sanciones europeas. Erdogan acaba de inaugurar la primera central nuclear de Turquía, construida con el apoyo financiero y tecnológico de Moscú. La primera prueba de política exterior para el nuevo mandato de Erdogan es la próxima cumbre de la OTAN en Vilna, donde se discutirá el veto turco a la adhesión de Suecia a la OTAN. A cambio, Erdogan exige la expulsión de 140 kurdos sospechosos de terrorismo y aviones de combate F-16 estadounidenses por valor de 20.000 millones de dólares. En el plano interno, la polarización y la división de la nación seguirán creciendo peligrosamente.